Angélica Morán Castañeda
La crisis generada por la pandemia de la covid-19 es una de tantas en las que las mujeres salen perjudicadas en mayor medida frente otros grupos de población. La diferencia es que ahora, cuando se produce mucha más información, hay una sensación de emergencia de temáticas que parecen nuevas, pero que no lo son, en particular el trabajo de cuidado no remunerado. En este texto corto pretendo generar una reflexión sobre cómo el discurso naciente de la desigualdad de género en la carga de trabajo no remunerado es incompleto frente a las pretensiones y alcance de la economía feminista.
Aunque no intento hacer un recuento histórico exhaustivo del trabajo de cuidado no remunerado, quiero resaltar que el tema inicia en la economía en los años setenta del siglo pasado con el “debate del trabajo doméstico” por parte de las marxistas. Una de las ideas en ese momento fue su abolición como fuente de subordinación de las mujeres y, posteriormente, su reconocimiento como necesario para mantener la fuerza laboral. Años más tarde, se cualificó la discusión en múltiples dimensiones, entre estas las relaciones de raza y género, los tipos de trabajo, la esfera económica en la que se realiza, la relación con otras actividades económicas, etc. Para los años noventa, la economía feminista, paralelo a su consolidación en el continente americano, entra con toda su fuerza a afirmar, de manera generalizada hasta hoy, que el trabajo de cuidado no remunerado es esencial para el análisis económico.
Aunque la economía feminista no es un cuerpo homogéneo de ideas y prácticas, sus distintos planteamientos tienen puntos de partida comunes. El primero de ellos es la ampliación de las fronteras de la economía, considerando el trabajo de cuidado no remunerado como parte integral y fundamental de esta, y el segundo es la sostenibilidad de la vida como el objeto de estudio de la economía. Es mi deber aclarar que este último punto es herencia de la economía feminista latinoamericana, e implica necesariamente un cuestionamiento del actual sistema socioeconómico, que aplica perfectamente para tiempos de crisis.
La crisis que enfrentamos, derivada de una enfermedad, sacó a la superficie desigualdades siempre presentes, entre ellas, el desempleo. Para 2019, las tasas de desempleo de los hombres no superaron el 9 % y para las mujeres no fueron menores al 12 % (DANE, Gran Encuesta Integrada de Hogares 2019, 2020). En la crisis, la tasa más alta hasta ahora registrada desde que comenzó la pandemia fue de 17,4 % para los hombres en el trimestre móvil abril-junio, mientras que en este mismo periodo para las mujeres fue de 24,6 %.
Estas cifras son conocidas, o cada vez más conocidas. Una de las causas que explica esta brecha y que ha entrado en el discurso académico, de instituciones y en la opinión pública es la disparidad entre hombres y mujeres respecto al trabajo de cuidado no remunerado. Maravilloso. Celebro que ahora esta dimensión esencial para el análisis económico esté siendo considerada en los problemas coyunturales y se mencione cada vez más. Nunca como ahora se había hablado de estos temas y cuestionado por qué esto es un problema público. Sin embargo, esta no es la cuestión central. Señalar que esto es una razón por la cual muchas mujeres están por fuera del mercado laboral es solo el comienzo.
El trabajo no remunerado es el punto de partida de la economía feminista, sin embargo, el centro es la sostenibilidad de la vida. Como dice Carrasco (2004), no se trata de agregar el trabajo doméstico al análisis económico como una variable más, o considerar sin ninguna jerarquía los dos tipos de trabajo (remunerado y no remunerado). De lo que se trata es de otorgar al trabajo de cuidado centralidad en el sistema económico por ir dirigido específicamente al cuidado. Esto suena muy interesante, pero es problemático.
Es problemático porque poner en el centro los cuidados implica transformar el sistema socioeconómico; específicamente, se trata de disentir del patriarcado y el capitalismo. Cuando hablo de un discurso incompleto, me refiero a esto precisamente, ¿somos conscientes de que hablar del trabajo no remunerado implica cuestionar el patriarcado y el capitalismo? Estos dos van de la mano por múltiples razones, acá voy a mencionar solo dos.
La primera es la relación entre lo que se considera trabajo válido y las personas que lo realizan. Para el actual sistema económico el centro es el mercado, esto quiere decir que el trabajo válido es el que se transa por un precio. Ahora bien, si revisamos las cifras en el mundo, son los hombres los que ocupan mayoritariamente este espacio, que es, además, público. Ahora pensemos en las actividades dentro del hogar: en principio, para el capitalismo estas actividades están sencillamente por fuera del circuito económico e incluso no son consideradas como trabajo, porque no hay una relación mercantil que las defina. No sobra completar la idea diciendo que, en un alto porcentaje, son las mujeres quienes tienen a su cargo este tipo de trabajo. Grosso modo, los hombres hacen el trabajo válido.
En contraste, hablar de trabajo de cuidado no remunerado en la economía feminista nos invita a reconocer esta actividad no solo como un trabajo válido, sino como parte fundamental del bienestar. Estas actividades sostienen y permiten cualquier sistema económico. Técnicamente, forman parte fundamental de lo que Antonella Picchio (2001) llamaría la esfera de desarrollo humano, que es el soporte del resto del circuito de bienestar extendido. Claro que aquí aparece la producción mercantil, pero esta solo es posible porque hay una reproducción de la fuerza de trabajo en los hogares.
La segunda es la disparidad en la valoración social y económica de las actividades que realizan mujeres y hombres en el mercado laboral. Lo anterior se evidencia en las diferencias en la posición ocupacional, las ramas de actividad económica y la brecha de ingresos entre mujeres y hombres. Los hombres se encuentran mayoritariamente en cargos directivos y de toma de decisiones, las mujeres se ocupan en ramas de actividad asociadas al cuidado, tienen más trabajos informales y, en promedio, ganan 17 % menos que los hombres en el país. Otro ejemplo evidente de esta diferencia en la valoración es la expulsión de mujeres del mercado laboral en tiempos de crisis. En otras palabras, a pesar de que las mujeres ingresen al mercado laboral, su trabajo es menos valorado que el de los hombres.
Al respecto, la economía feminista plantea, en principio, una valoración superior de las actividades relacionadas con el cuidado, precisamente por ir dirigidas al cuidado. Además, cuestiona profundamente la segregación de género en el mercado laboral y las brechas de ingresos explicadas por el hecho de ser mujeres y hombres. Pero esto se puede encontrar en otras posiciones políticas, la diferencia es que para la economía feminista es necesario pensar en una redistribución justa de los ingresos, con las actividades de cuidado en el centro. En este sentido, es rupturista porque antepone al mercado el bienestar de las personas y este bienestar es posible por el cuidado que se provee por medio del trabajo de cuidado remunerado y no remunerado.
Por eso, no se trata solo de decir que las mujeres han sufrido más la crisis porque tienen altas cargas de trabajo en el hogar, o que la crisis tiene cara de mujer, que es incluso más diciente. Esto es el punto de partida, ahora avancemos. Se trata de reconocer que esta situación viene de antes y que responde a una visión que prioriza las actividades del mercado sobre las del cuidado no remuneradas. Es necesario tener una visión mucho más crítica. No se trata de agregar el género al análisis de las situaciones, como dice Carrasco (2014), se trata de cuestionar el sistema que crea las condiciones para que las desigualdades existan.
Referencias bibliográficas
Carrasco, C. (2014). La economía feminista: ruptura teórica y propuesta política. En C. Carrasco (ed.), Con voz propia: la economía feminista como apuesta teórica y política (págs. 25-49). La Oveja Roja.
DANE. (2019). Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH). DANE. Bogotá. Disponible en: https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral
DANE. (2020). Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH). DANE. Bogotá. Disponible en: https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral
Esquivel, V. (septiembre-octubre de 2016). La economía feminista en América Latina. Nueva Sociedad (265), 103-116.
Picchio, A. (2005). La economía política y la investigación sobre las condiciones de vida. En C. Carrasco, A. Picchio, L. Benería, P. de Villota, G. Cairó i Céspedes y M. Mayordomo Rico (comps.), Por una economía sobre la vida: aportaciones desde un enfoque feminista (pp. 5-10). Icaria.