Ana Isabel Arenas Saavedra
El sistema de cuidado es un tema que se ha instalado progresivamente en la agenda política y de desarrollo en América Latina, y Colombia no es ajena a esta tendencia. Su importancia es aún más evidente con los efectos de la pandemia de covid-19, porque ha implicado para los hogares asumir una alta proporción de actividades de cuidado que son responsabilidad de las instituciones de educación, de salud y de atención a los niños y a las personas adultas que requieren apoyo especial, entre otros.
Como tema emergente, nuevo para la ciudadanía, parece percibirse una aceptación general de la importancia de contar con las condiciones adecuadas para el cuidado cotidiano de las personas, lo diferente quizá, y el centro del debate, es sobre qué tipo de medidas se requieren para implementar un sistema de cuidado equilibrado, paritario, feminista, que supere la tradicional distribución del trabajo entre mujeres y hombres, ampliamente desigual para ellas porque deben destinar gran parte de su tiempo al cuidado de quienes integran su hogar, por el hecho de ser mujeres.
El actual trabajo de cuidado, medido por la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo-2020 del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), registra que en promedio nacional, cada día las mujeres dedican más del doble del tiempo que los hombres al trabajo de cuidado no remunerado de sus hogares, en otras palabras, a tareas domésticas, entre ellas ocuparse de la ropa y la elaboración de alimentos, el mantenimiento y administración del hogar, y el cuidado de las personas que requieren especial apoyo, como los niños y las personas mayores enfermas o en situación de discapacidad. Mientras ellas deben destinar en promedio cerca de ocho horas por día, lo equivalente a una jornada laboral, ellos solo lo hacen tres horas y siete minutos diarios, menos de la mitad que ellas. El efecto impacta negativamente a las mujeres; en el mercado laboral les implica, por un lado, menores oportunidades para destinar su tiempo al trabajo remunerado y por lo tanto mayor carencia de ingresos propios y menor participación en la toma de decisiones sobre los recursos económicos del hogar. Por otro lado, cuando acceden al mercado laboral lo hacen en condiciones más precarias aún que sus pares hombres, con un sueldo inferior por la misma función, y muchas trabajan a tiempo parcial o por cuenta propia en labores de subsistencia; todo esto porque su sobrerresponsabilidad en el cuidado hace que el tiempo de las mujeres le pertenezca a las familias y a la sociedad, no a ellas.
Este trabajo de cuidado no remunerado que hacen en gran proporción las mujeres, permite que la fuerza de trabajo pueda llegar a sus sitios laborales bien alimentada, descansada y con ropa limpia, sin que signifique costo económico para las empresas públicas o privadas y tampoco ninguna remuneración para quienes lo hacen, de manera que a expensas del trabajo no remunerado de las mujeres se aporta a la acumulación del capital de acuerdo con el sistema económico dominante; igualmente, se cuida y prepara a la fuerza laboral en formación. Es decir, a costa del tiempo y del trabajo no reconocido de las mujeres, funciona la reproducción social y del capital en la sociedad.
Un sistema de cuidado nacional o territorial, progresivo y garante de derechos, en líneas generales procura equilibrar cómo se proveen las necesidades de cuidados cotidianos de las personas, para su reproducción y para la sostenibilidad de la vida, y la economía feminista y otras miradas críticas con el modelo económico actual consideran que este debe ser el centro de la economía.
Se propone entonces un sistema de cuidado entre cuyas características está su universalidad: es para toda la población, puesto que las personas reciben estos servicios necesarios de cuidado por su condición de ciudadanos según sus diversidades y contexto, y con el Estado como garante de quienes por su situación socioeconómica no pueden obtenerlos. Es también indispensable su provisión balanceada entre los actores responsables del cuidado en la sociedad, estos son: el Estado, el mercado, las familias y la sociedad civil.
A la forma de provisión vigente se le califica de familista, por delegar en la familia la mayor provisión; de patriarcal, puesto que dentro de las familias y debido a la división sexual del trabajo, se le ha asignado en excesiva proporción a las mujeres; y es mercantilista ya que para lograr servicios de cuidado dignos y de calidad se debe pagar por ellos, es decir, acudir a la oferta mercantil.
Para implementar un sistema de cuidado equilibrado, de responsabilidad compartida y respetuoso de los derechos de las mujeres, es determinante la expresión de la voluntad política del Gobierno nacional y de los Gobiernos territoriales para desarrollar sistemas de cuidado, nacional y territoriales. Asimismo, el Estado, el agente de mayor responsabilidad a la hora de establecer las políticas públicas, debe vigilar el cumplimiento de los compromisos de los otros agentes involucrados en el cuidado, y garantizar la provisión de estos servicios a la población cuyos recursos económicos no le permitan adquirirlos.
Una de las formas de aproximación sugerida para la puesta en marcha de los sistemas de cuidado, que determina las necesidades concretas de los grupos poblacionales en relación con el trabajo de cuidado no remunerado, es el marco de las 3R diseñado por la economista feminista británica Diane Elson (2008), y considerado por la economista feminista argentina Valeria Esquivel (2015) como base de un enfoque feminista y transformador que podría llevar a modificaciones radicales en la prestación de los cuidados. Este hace referencia al
- reconocimiento sobre el valor económico y social, su dimensión y en quién recae este trabajo;
- la redistribución para superar la provisión centrada en las familias y que los otros actores como el Estado, el mercado y la sociedad civil asuman responsabilidades según sus competencias, para que en los hogares no se sobrecargue a las mujeres, sino que la labor de cuidado sea paritaria entre hombres y mujeres, y que el acceso a servicios dignos no dependa de la oferta del mercado, sino que el Estado cumpla su obligación de asegurar a su población los derechos ciudadanos;
- y la reducción en cuanto a aliviar los tiempos y las pesadas cargas de estos trabajos por carencia de servicios básicos y dispositivos que agilicen el trabajo doméstico cotidiano.
Respecto al trabajo de cuidado remunerado, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) (2019) ha adicionado 2R, para también garantizar la recompensa justa y el trabajo decente para las personas cuidadoras, así como su representación para el diálogo social y la negociación colectiva.
Crear sistemas de cuidado en las condiciones que se enuncian en esta propuesta, orientados a privilegiar la sostenibilidad de la vida, el bienestar de la población y el buen vivir, usualmente no es considerado útil para determinadas instancias del sistema económico dominante. En tal sentido, existe el riesgo de que, como en otras propuestas de desarrollo alternativo, inclusivo y redistributivo, en el proceso se cambien las condiciones iniciales, se constituya en una propuesta de instrumentalización de las mujeres y se perpetúe el modelo económico imperante, individualista, acumulativo y desigual.
Se insiste en calificar a la mujer como cuidadora natural de su hogar, la que lo sostiene, limitando su desarrollo integral como ciudadana; asimismo, es posible que se considere reformar algunos aspectos, como reducir el desempleo de las mujeres y que puedan acceder a algunos trabajos, sin cuestionar el conjunto de estereotipos que están en la base de las grandes desigualdades que deben afrontar en su vida cotidiana; o priorizar la mercantilización de los servicios de cuidado sin contemplar las dificultades que tienen la mayoría de las mujeres para generar ingresos propios o tomar decisiones sobre los gastos del hogar. Por ello es fundamental desarrollar amplias campañas e intervenciones para incidir en la transformación de la ideología y cultura expandida que magnifica y naturaliza la función de las mujeres como “cuidadoras”, paralelo a la puesta en marcha de los sistemas de cuidado en las condiciones que se han enunciado.
Otro de los riesgos comunes es la exclusión en estos sistemas, del trabajo de cuidado que mayor tiempo toma a las mujeres colombianas, el doméstico, que no está comprendido de manera evidente en los avances de gran parte de los sistemas de cuidado de la región, puesto que se enfatiza en la atención de los niños y las personas mayores o enfermas. Sin embargo, ellas invierten largas jornadas en todo el proceso de preparación de alimentos (comprarlos, guardarlos en buenas condiciones, decidir qué se cocina, prepararlos, servir, recoger la mesa, lavar y organizar todo luego de cada comida); en aseo de la casa, el mantenimiento de la ropa y similares. Sin embargo, pese a que todas estas actividades contribuyen de manera fundamental al cuidado de las personas del hogar, a menudo en la literatura sobre el tema se denomina como “trabajo doméstico y de cuidado”, es decir, al trabajo doméstico no remunerado no le llaman cuidado, nombre que solo de da al que se hace para las personas que requieren apoyo como los niños y los adultos con dificultades para atenderse a sí mismos.
Finalmente, es pertinente destacar las potencialidades de la sociedad civil organizada y su papel como agente de incidencia sobre las políticas públicas, en incorporar el enfoque feminista, transformador, como el marco de las 3R, para el avance hacia intervenciones innovadoras, que reconozcan y valoren los trabajos de cuidado y las diversidades poblacionales del país, redistribuya este trabajo entre instancias y propicie la paridad entre mujeres y hombres; se alivien las condiciones materiales de quienes los reciben y brindan, y que de manera contundente contribuya a la transformación hacia un país que de privilegiar la acumulación individual y la reproducción del capital en un marco de desigualdad social, avance en la superación de la desigual división sexual del trabajo, la paridad en la responsabilidad del cuidado entre mujeres y hombres y la justicia social.